El cuarto grabado que colgaba entre otras pinturas de las paredes en casa de Yolanda Amador, sobre un tapiz de los años cincuenta. El más terrible e intimidante. Con ustedes, un ser atormentado por el pensamiento que lo domina, convertido en serpiente ante una pasión que lo absorbe, La Envidia, de Severo Amador.
sábado, 11 de abril de 2009
domingo, 5 de abril de 2009
Severo Amador y la Entropía III
sábado, 28 de marzo de 2009
Severo Amador y la Entropía II
domingo, 22 de marzo de 2009
Severo Amador y la Entropía
La segunda ley de la termodinámica dice que la cantidad de entropía en cualquier sistema aislado tiende a incrementarse con el tiempo. Cuando un sistema cerrado interacciona con otro la energía tiende a dividirse por igual, hasta que se alcanza un equilibrio térmico. El universo tiende a distribuir la energía uniformemente, a maximizar la entropía.
En el universo los eventos suceden de manera azarosa, hay una tendencia a desorganizar los sistemas, o por lo menos a lo que nos parece como desorganización, que quizá se trate de una forma de organización que no corresponde a nuestra concepción. Para nosotros orden significa que las cosas permanezcan como las hemos acomodado, que los platos permanezcan sobre la mesa, que las tazas no se rompan, que las pinturas no se degraden, etcétera, se trata de estados improbables en el universo, el universo nunca generaría tazas sobre mesas. Para el universo lo natural y a lo que tienden todas las cosas es a pasar a un estado de homogeneidad más probable, un sistema en una condición improbable tendrá una tendencia natural a reorganizarse a una condición más probable, esto es la entropía, la tendencia del universo a organizar la materia bajo sus leyes, distinto al orden que damos al dar limpieza a un espacio, a construir un edificio, etcétera. Es por esto que es tan difícil ser individuos, es la explicación a la ley de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal. Es la lucha diaria por someter a nuestro orden las circunstancias.
La definición de vida es un sistema que se opone al desorden natural al que lo empuja el universo, por el contrario, evoluciona a niveles perfeccionados de organización, se produce un continuo incremento de orden y se minimiza la entropía del sistema. Algunos piensan que quizás el destino del universo no sea la entropía máxima, si es que es capaz de albergar sistemas que corran en contra de esta tendencia.
Dicho esto la pregunta: ¿es mejor que gente ajena conserve las obras de los artistas en lugar de los familiares?
Hermann Bellinghausen escribía en junio de 2005:
“Los cuadros que a continuación [Belarmino] habría de ver son cosas que nadie se había atrevido a soñar. Animales y paisajes que hacen esquina con verdaderos precipicios, en colores muy violentos. La curadora, ella misma salida de un cuadro, lo condujo en silencio. Los óleos procedían de los primeros años del siglo. Los realizó al llegar a la capital para establecerse, confiado en el respaldo de los escritores y pintores del modernismo tardío. Porfirio Díaz parecía eterno, y su tiempo transcurría como una lánguida sesión de opio en la calle de Dolores. Ese corto verano de treinta obras maestras, perdidas en una colección privada en una casa de la colonia Roma. Ni el propio creador debió saber de dónde venían.
[Días después] una notita, enterrada entre anuncios, quinielas y noticias importantes en la página roja. "Se incendia inmueble en la Roma. Cuantiosas pérdidas; no hubo víctimas". El cuerpo de bomberos llegó a tiempo para salvar a los inquilinos y los departamentos en los pisos inferiores. Los daños mayores fueron arriba. A Belarmino le dio un retumbo en el corazón. Como flash le vinieron en mente los óleos. La colección Diener (familia de alemanes que desde la década de los años 20 conservó embodegadas las pinturas, primero en la colonia Juárez, y posteriormente en el edificio de la Roma) había desaparecido.
-Fue el imbécil vecino de abajo que dejó prendido un hornito eléctrico y salió que al súper. La chingadera explotó, prendió las cortinas, y lo demás, como paja.
Belarmino se sumergió en una intimidad sorpresiva con la curadora. Compartían el secreto de una obra que, habiendo existido un siglo (99 años para ser exactos), para fines prácticos no existió. Sólo ellos y algunas personas más podrían testificar sobre las obras, y tal vez describirlas. Pero de qué serviría una descripción verbal de la Noche de Walpurgis en Mitla o la Odalisca chichimeca, mezcla de fina paisajística provinciana (en esa época Severo Amador Sandoval era alumno de José María Velasco y Germán Gedovius) y un espíritu decadente y surrealista, casi pornográfico. Más adelante, en la academia que fundó en Aguascalientes, enseñaría dibujo a Saturnino Herrán.
Después de la fridomanía, la colección Diener iba a ser el nuevo descubrimiento del siglo de la plástica mexicana, el disparador de un mito. ¿Y saben qué? Nada. Humo. Cenizas. Lodo. Pensar que ardió la Salomé danzando en medio del desierto, con un dulzor extático surcándole la boca a punto de besar la cabeza del Bautista y el cerro de la Bufa como fondo.
-Junto con los cuadros despareció el archivo de Severo Amador en el incendio. Hemerografía. Su bibliografía completa, creemos. Bocetos. Diarios. Cartas recuperadas que dirigió a Herrán, Ruelas, López Velarde, Tablada.
[Sólo queda] el sobre que contenía cartas a su benefactora, la señora Diener:
"Señora de Diener, México: Muy estimada y fina amiga, he estado muy apenado, desde hace tiempo, por no haber correspondido a los finos obsequios que se sirvió enviarme con la señora Carmen Díaz González. Después, de intento, dejé pasar tiempo para que llegara la Navidad. Ahora tengo el placer de remitirles para usted y para su esposo, dos humildes portaplumas que no tienen más mérito que ser enteramente novedosos. No quedo conforme con esto. Más tarde tal vez podré obsequiarles algo digno de su esmerada educación. Deseándoles una feliz Navidad, mucho dinero y mucha felicidad para el año entrante, me repito como siempre, a sus órdenes, como su afectísimo y atento amigo: Phila Makalla, conde de Doval".
Severo Amador poseyó múltiples personalidades; al final, hacia 1928 era Yorik, o bien el conde de Taka Makala.
También [quedó] un librito de 1918, y dos fotografías. Los Pensamientos: "209. ¡Oh, no comprendéis hasta qué punto influye la buena música en la regeneración individual! 210. La tristeza es la hez del alma feliz. 211. Di siempre la verdad aunque no sea verdad lo que digas. 212. La mujer ingrata merece nuestra eterna gratitud. 213. El Mal es una de las formas del Bien. En el Universo todo es bueno. 214. Los buenos trajes tienen más influencia que los buenos cerebros".
Belarmino se rascó la cabeza y miró a la curadora.
-¿Eso es todo?
-Bueno, también los portaplumas "enteramente novedosos".
Se miraron conteniendo un rictus. Un brillo idéntico les humedeció los ojos. Y de pronto allí, en el bullicio del Café La Blanca, irrefrenablemente, les ganó la risa.”
Así fue como se perdió en manos de unos desconocidos una colección de arte que tal vez debió estar en manos de quienes debían cuidarlos mejor. Me temo que no conoceré la Odalisca chichimeca ni los otros 30 cuadros pero cuyo estilo puedo imaginarme, dado el estilo de Severo que me es familiar, esto gracias a que no todo se perdió en ese incendio. Es por lo que me he decidido a revelar que no solamente sobreviven un librito y el par de portaplumas enteramente novedosos. Daré a conocer que por alguna razón hay cinco, están vivos. Se niegan, se resisten a sucumbir a las leyes de la termodinámica, retando le dicen no al universo. A su modo tomaron otro camino, y sobrevivieron al incendio, sorteando milagrosamente las inclemencias del espacio y el tiempo, heredados a mi abuela, Yolanda Amador, por su padre, Octavio Amador.
Recuerdo entrar a casa de mi abuela desde mis primeros años, a la sala oculta de la luz exterior tras gruesas cortinas donde los muebles de madera viejos y los variados objetos en los libreros creaban un ambiente misterioso, el miedo de ver sobre mi corta estatura los personajes fantásticos que me inspiraban temor y curiosidad en sus cartoncillos blancos. Eran cinco, eternos los cinco en el silencio ceremonioso y la oscuridad de esa sala. Silencio, parece que iban a decir algo, acaso algún dato sobre su autor, un mensaje para quienes los vieran décadas después. Se asomaban sus rostros entre otros cuadros de la pared tapizada. Una especie de brujo protegido por las alas de un dragón frente a algo parecido a un templo azteca. El grabado de una calavera colgando del péndulo de un reloj cuyo título debe ser evidente. Un árbol del que colgaban cráneos, con un sátiro a sus pies que parece crecer de las raíces del mismo árbol. Y un ser mitad serpiente, mitad hombre, de cabellos largos, mordiendo sus uñas. También un óleo de algún templo zacatecano sobre la chimenea, con la evidencia de haber sido restaurado luego de un haber sido acuchillado por Yorik, en un ataque de novedosa creatividad, años después. Su literatura permanece en una biblioteca de Nueva York, tal vez sea lo mejor. Quizás haya otras pinturas, ocultas en la casa de alguien. Pero las que sí pude ver, serán presentadas aquí, para todo el que haya deseado conocer otro estilo mexicano de esa época, del que ya no se sabrá.
Primero, de 1917, esta calavera bajo el paso del tiempo. Con su respectiva marca de agua.
En el universo los eventos suceden de manera azarosa, hay una tendencia a desorganizar los sistemas, o por lo menos a lo que nos parece como desorganización, que quizá se trate de una forma de organización que no corresponde a nuestra concepción. Para nosotros orden significa que las cosas permanezcan como las hemos acomodado, que los platos permanezcan sobre la mesa, que las tazas no se rompan, que las pinturas no se degraden, etcétera, se trata de estados improbables en el universo, el universo nunca generaría tazas sobre mesas. Para el universo lo natural y a lo que tienden todas las cosas es a pasar a un estado de homogeneidad más probable, un sistema en una condición improbable tendrá una tendencia natural a reorganizarse a una condición más probable, esto es la entropía, la tendencia del universo a organizar la materia bajo sus leyes, distinto al orden que damos al dar limpieza a un espacio, a construir un edificio, etcétera. Es por esto que es tan difícil ser individuos, es la explicación a la ley de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal. Es la lucha diaria por someter a nuestro orden las circunstancias.
La definición de vida es un sistema que se opone al desorden natural al que lo empuja el universo, por el contrario, evoluciona a niveles perfeccionados de organización, se produce un continuo incremento de orden y se minimiza la entropía del sistema. Algunos piensan que quizás el destino del universo no sea la entropía máxima, si es que es capaz de albergar sistemas que corran en contra de esta tendencia.
Dicho esto la pregunta: ¿es mejor que gente ajena conserve las obras de los artistas en lugar de los familiares?
Hermann Bellinghausen escribía en junio de 2005:
“Los cuadros que a continuación [Belarmino] habría de ver son cosas que nadie se había atrevido a soñar. Animales y paisajes que hacen esquina con verdaderos precipicios, en colores muy violentos. La curadora, ella misma salida de un cuadro, lo condujo en silencio. Los óleos procedían de los primeros años del siglo. Los realizó al llegar a la capital para establecerse, confiado en el respaldo de los escritores y pintores del modernismo tardío. Porfirio Díaz parecía eterno, y su tiempo transcurría como una lánguida sesión de opio en la calle de Dolores. Ese corto verano de treinta obras maestras, perdidas en una colección privada en una casa de la colonia Roma. Ni el propio creador debió saber de dónde venían.
[Días después] una notita, enterrada entre anuncios, quinielas y noticias importantes en la página roja. "Se incendia inmueble en la Roma. Cuantiosas pérdidas; no hubo víctimas". El cuerpo de bomberos llegó a tiempo para salvar a los inquilinos y los departamentos en los pisos inferiores. Los daños mayores fueron arriba. A Belarmino le dio un retumbo en el corazón. Como flash le vinieron en mente los óleos. La colección Diener (familia de alemanes que desde la década de los años 20 conservó embodegadas las pinturas, primero en la colonia Juárez, y posteriormente en el edificio de la Roma) había desaparecido.
-Fue el imbécil vecino de abajo que dejó prendido un hornito eléctrico y salió que al súper. La chingadera explotó, prendió las cortinas, y lo demás, como paja.
Belarmino se sumergió en una intimidad sorpresiva con la curadora. Compartían el secreto de una obra que, habiendo existido un siglo (99 años para ser exactos), para fines prácticos no existió. Sólo ellos y algunas personas más podrían testificar sobre las obras, y tal vez describirlas. Pero de qué serviría una descripción verbal de la Noche de Walpurgis en Mitla o la Odalisca chichimeca, mezcla de fina paisajística provinciana (en esa época Severo Amador Sandoval era alumno de José María Velasco y Germán Gedovius) y un espíritu decadente y surrealista, casi pornográfico. Más adelante, en la academia que fundó en Aguascalientes, enseñaría dibujo a Saturnino Herrán.
Después de la fridomanía, la colección Diener iba a ser el nuevo descubrimiento del siglo de la plástica mexicana, el disparador de un mito. ¿Y saben qué? Nada. Humo. Cenizas. Lodo. Pensar que ardió la Salomé danzando en medio del desierto, con un dulzor extático surcándole la boca a punto de besar la cabeza del Bautista y el cerro de la Bufa como fondo.
-Junto con los cuadros despareció el archivo de Severo Amador en el incendio. Hemerografía. Su bibliografía completa, creemos. Bocetos. Diarios. Cartas recuperadas que dirigió a Herrán, Ruelas, López Velarde, Tablada.
[Sólo queda] el sobre que contenía cartas a su benefactora, la señora Diener:
"Señora de Diener, México: Muy estimada y fina amiga, he estado muy apenado, desde hace tiempo, por no haber correspondido a los finos obsequios que se sirvió enviarme con la señora Carmen Díaz González. Después, de intento, dejé pasar tiempo para que llegara la Navidad. Ahora tengo el placer de remitirles para usted y para su esposo, dos humildes portaplumas que no tienen más mérito que ser enteramente novedosos. No quedo conforme con esto. Más tarde tal vez podré obsequiarles algo digno de su esmerada educación. Deseándoles una feliz Navidad, mucho dinero y mucha felicidad para el año entrante, me repito como siempre, a sus órdenes, como su afectísimo y atento amigo: Phila Makalla, conde de Doval".
Severo Amador poseyó múltiples personalidades; al final, hacia 1928 era Yorik, o bien el conde de Taka Makala.
También [quedó] un librito de 1918, y dos fotografías. Los Pensamientos: "209. ¡Oh, no comprendéis hasta qué punto influye la buena música en la regeneración individual! 210. La tristeza es la hez del alma feliz. 211. Di siempre la verdad aunque no sea verdad lo que digas. 212. La mujer ingrata merece nuestra eterna gratitud. 213. El Mal es una de las formas del Bien. En el Universo todo es bueno. 214. Los buenos trajes tienen más influencia que los buenos cerebros".
Belarmino se rascó la cabeza y miró a la curadora.
-¿Eso es todo?
-Bueno, también los portaplumas "enteramente novedosos".
Se miraron conteniendo un rictus. Un brillo idéntico les humedeció los ojos. Y de pronto allí, en el bullicio del Café La Blanca, irrefrenablemente, les ganó la risa.”
Así fue como se perdió en manos de unos desconocidos una colección de arte que tal vez debió estar en manos de quienes debían cuidarlos mejor. Me temo que no conoceré la Odalisca chichimeca ni los otros 30 cuadros pero cuyo estilo puedo imaginarme, dado el estilo de Severo que me es familiar, esto gracias a que no todo se perdió en ese incendio. Es por lo que me he decidido a revelar que no solamente sobreviven un librito y el par de portaplumas enteramente novedosos. Daré a conocer que por alguna razón hay cinco, están vivos. Se niegan, se resisten a sucumbir a las leyes de la termodinámica, retando le dicen no al universo. A su modo tomaron otro camino, y sobrevivieron al incendio, sorteando milagrosamente las inclemencias del espacio y el tiempo, heredados a mi abuela, Yolanda Amador, por su padre, Octavio Amador.
Recuerdo entrar a casa de mi abuela desde mis primeros años, a la sala oculta de la luz exterior tras gruesas cortinas donde los muebles de madera viejos y los variados objetos en los libreros creaban un ambiente misterioso, el miedo de ver sobre mi corta estatura los personajes fantásticos que me inspiraban temor y curiosidad en sus cartoncillos blancos. Eran cinco, eternos los cinco en el silencio ceremonioso y la oscuridad de esa sala. Silencio, parece que iban a decir algo, acaso algún dato sobre su autor, un mensaje para quienes los vieran décadas después. Se asomaban sus rostros entre otros cuadros de la pared tapizada. Una especie de brujo protegido por las alas de un dragón frente a algo parecido a un templo azteca. El grabado de una calavera colgando del péndulo de un reloj cuyo título debe ser evidente. Un árbol del que colgaban cráneos, con un sátiro a sus pies que parece crecer de las raíces del mismo árbol. Y un ser mitad serpiente, mitad hombre, de cabellos largos, mordiendo sus uñas. También un óleo de algún templo zacatecano sobre la chimenea, con la evidencia de haber sido restaurado luego de un haber sido acuchillado por Yorik, en un ataque de novedosa creatividad, años después. Su literatura permanece en una biblioteca de Nueva York, tal vez sea lo mejor. Quizás haya otras pinturas, ocultas en la casa de alguien. Pero las que sí pude ver, serán presentadas aquí, para todo el que haya deseado conocer otro estilo mexicano de esa época, del que ya no se sabrá.
Primero, de 1917, esta calavera bajo el paso del tiempo. Con su respectiva marca de agua.
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